Esta versión pochoclera del cine de Paul Thomas Anderson son tres horas y media bien usadas. Es cine. Y el cine si sirve para algo, que sirva para eso, para apagar el teléfono, para encerrarnos con otros a compartir y disfrutar un aparte nuestro, para no estar un rato (un rato largo, por suerte esta vez) dando una batalla tras otra.