{"blocks":[{"key":"1iist","text":"La empatía tiene esa propiedad: no sólo vuelve automáticamente empático al que la reclama, también convierte en monstruo a quien la cuestione.","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[{"offset":0,"length":142,"style":"BOLD"},{"offset":0,"length":142,"style":"fontsize-18"}],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"65adn","text":"por TAMARA TENENBAUM - FREE SHOT","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[{"offset":0,"length":32,"style":"fontsize-16"}],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"66r6o","text":"","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"3pumn","text":"Se habla mucho de empatía últimamente. “Para liderar hay que ser empático”. “No sabe empatizar”. “Inteligente es, pero le falta empatía”. Se habla mucho pero no, al parecer, porque la empatía sobre o sea cosa de todos los días sino más bien al revés: porque falta y hace falta. Se habla menos para reconocerla o admirarla que para invocarla, pedirla, incluso reclamarla. Se le pide a Trump que empatice con los mexicanos, los negros, las mujeres, los gays; a Boris Johnson con los inundados de Doncaster; a Macron con los gilets jaunes; a Bolsonaro con el Amazonas en llamas; a Macri (que se va a jugar al golf) con “los que menos tienen y peor la pasan” (Perfil); a Piñera con “sus compatriotas menos desafortunados” (el Financial Times); a Putin con los deudos del abogado Serguei Magnitsky, Crimea, Ucrania y en líneas generales Occidente todo. “Más empatía y menos grieta”, titulaba Clarín hace un tiempo una entrevista a dúo con Luis Brandoni y Dady Brieva, famosamente separados por la política y unidos, sin embargo, y al parecer sin rencores, por el rodaje de un largometraje.","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[{"offset":0,"length":1084,"style":"fontsize-16"}],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"gegu","text":"","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"59i8k","text":" No cualquiera habla hoy de empatía. La noción (que nació alemana en la esfera de la estética, saltó luego a la psicología y se mudó, por fin, al mundo de las relaciones sociales, donde se la ve muy próspera) florece sobre todo en los medios. Empatía es la consigna entusiasta con que los fabricantes de opinión suelen sentar posición (algo así como una “neutralidad”) ante un paisaje político globalmente polarizado. El ardid tiene su gracia: reclamar empatía es reclamar algo tan elemental e incuestionable como humanidad (algo que vuelve superfluo o cínico cualquier pronunciamiento político) pero al mismo tiempo es investir de esa misma humanidad al medio que la reclama —pedir empatía es autoinstituirse como empático—, lo cual sustrae al medio del pestilente tablero de fuerzas de la política para situarlo en un más allá inapelable, donde todo parece ser sensibilidad, compasión, desinterés, y lo que antes era objeto de diferendo y combate se vuelve causa de una cruzada universal.","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[{"offset":0,"length":991,"style":"fontsize-16"}],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"4re52","text":"","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"7m6bq","text":"Tampoco es algo que se le pida a cualquiera. Ocho de cada diez destinatarios de demandas de empatía son líderes políticos de primer orden, poderosos, generalmente partidarios de ese estilo frío, desapegado, calculador, ligeramente sociopático, con que el esquema bipolar de dramatis personae contemporáneos a menudo contrapesa el modelo populista, tan proclive a la pasionalidad desmañada y zumbona. A los Kirchner, los Morales o los Lula se les ha pedido, pide y pedirán muchas cosas; no empatía, una disposición que quizá ya viniera incluida en el paquete social con el que llegaron al poder y al que, mal o bien, mediante armas nobles o non sanctas, se mantuvieron fieles. En rigor, el que puso de moda la empatía —su deber, su exigencia, su ilusión y su consuelo— fue Obama, acaso como legado pálido de un programa gubernamental que no llegó a ejecutarse. Necesitaba una escena teatral —el reino de la empatía es el cara a cara— y la improvisó en 2009, cuando, de visita en la Casa Blanca, el hijo de un empleado quiso saber si el pelo de Obama era como el suyo y el presidente, rápido de reflejos, se agachó, puso la cabeza a la altura de los cinco años y pico de su interlocutor y le dijo: “Tócalo, amigo”. Ese nivelar para abajo —ponerse en el lugar del otro— fue la escena originaria de la empatía. En 2017, cuando llegó la hora de dejar el cargo, ya no había mucho que festejar. Previendo los vientos implacables que se venían, Obama cerró su discurso de despedida pidiendo empatía y solidaridad. Sabía de qué hablaba. Dos años después, en agosto de 2019, su vociferante sucesor dictaba la nueva moda en têtes-à-têtes gobernador-gobernado. De visita en el hospital de El Paso que había acogido a los sobrevivientes de la carnicería del Wallmart, Trump se hacía fotografiar con su sonrisa de côté y su sempiterno pulgar en alto mientras Melania, a su lado, algo más tensa, sostenía en brazos a Paul Anchondo, un huérfano de dos meses cuyos padres habían muerto protegiéndolo con sus cuerpos del AK-47 del tirador —estrella absoluta de 4chan, el foro de la alt-right cuyos trolls se jactaban de haber conseguido el desembarco de Trump en Washington.","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[{"offset":0,"length":2156,"style":"fontsize-16"}],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"58ljv","text":"","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"8baaj","text":"Nadie con un resto de alma utilizable habría objetado el llamamiento de Obama de 2017. La empatía tiene esa rara, extorsiva propiedad: no sólo vuelve automáticamente empático al que la reclama; también convierte en monstruo a quien la cuestione, interrogue o simplemente se niegue a darla por sentada. Leído hoy, sin embargo, el reclamo de Obama suena menos como una exhortación, el llamado a una acción futura, que como una proclama de rendición, una renuncia, una abdicación. Pidiéndole empatía al mundo, Obama pasaba a ser el Rey de Lo Que Pedía, una especie de ángel caído, intocable, preocupado por lo que se avecinaba pero consciente, también, de lo poco o nada que podía hacer para impedirlo o aun mejorarlo. Pero el reclamo de empatía sonaba melancólico porque al mismo tiempo era señal de un repliegue profundo (no sólo el de un presidente que deja de serlo): el que deriva de la renuncia a la política. Así, la empatía no se opone sólo a la impiedad, la crueldad o el sadismo (en cuyo caso sólo podría despertar rechazo en un asesino serial); se opone también a la práctica de —y la creencia en— la política, de la que funciona como una posteridad inobjetable y triste a la vez, el suplente desinteresado, unánime, emocional, que no puede no ser compartido pero lo circunscribe todo a una dimensión intersubjetiva, el único reino donde algo parecido al alivio, no al cambio, sería todavía posible. Porque ya no hay política (es decir: porque la política está en manos de los otros, los monstruos), hay, debe haber empatía. La empatía —como ponerse a rezar en medio de una catástrofe— es todo lo que nos queda cuando la política se ha acabado. En otras palabras: liquidada la política, queda la Humanidad —la política Bono. Según este “giro humanitario” —del que el boom de la empatía no es más que un síntoma—, toda coyuntura de crisis política extrema (Hong Kong, Chile, Bolivia, etc.) es una emergencia, una situación cataclísmica, algo así como un confín radical —tsunami, terremoto, accidente nuclear— que deja afuera a la política o ante el que la política debería tener la decencia, la vergüenza, la humanidad de detenerse —cuando en rigor todo la llama a gritos. Incluso, o más que nada, su categoría subjetiva fundamental, la víctima, diseñada a imagen y semejanza del dispositivo piadoso que despliega a su alrededor el afán humanitario. ","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[{"offset":0,"length":2360,"style":"fontsize-16"}],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"n115","text":"","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"59s75","text":"La pregunta es: ¿por qué habríamos de pedirles humanidad a Trump, a Bolsonaro, a Piñera, a Erdogan, a Netanyahu? (¿Y por qué no podrían ellos pedírnosla a nosotros, insensibles como somos, según el criterio moral superior del imaginario empático, a las “víctimas” blancas, heterosexuales, xenófobas, homofóbicas, etc., en cuyo nombre hacen lo que hacen?) Sólo alguien que, contra toda evidencia, insistiera en asociar humanidad con virtudes edénicas —bondad originaria, pura inocencia— cometería la gaffe de sindicar a esos personajes en el gremio de la inhumanidad, cuando en más de un sentido son el colmo de lo humano político. Pidiéndoles que mejoren sus estándares de empatía o (por fin) los inauguren, lo que hacemos no es tanto poner en evidencia lo que ellos no tienen —lo que siempre fue evidente que no tenían— como lo poco que nos queda a nosotros en relación con ellos, ese mínimo al que se ven reducidos el pensamiento y la acción políticas cuando se dejan reemplazar por el discurso indiscutible y caritativo de la empatía. OK, invadan, ajusten, encierren, desguacen —pero al menos sean un poco más empáticos…","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[{"offset":0,"length":1123,"style":"fontsize-16"}],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"a5chd","text":"","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[],"entityRanges":[],"data":{}},{"key":"79uhh","text":"Uniforme y conmovedora, fogoneada con el mismo fervor por las neurociencias (“Una nación con más empatía y menos mezquindad”, pedía hace tiempo Facundo Manes), el marketing y la comunicación política, la Era Empática —la era de la empatía como valor pospolítico y como exigencia cívica, humana, universal— cabe toda, sin embargo, en la modestia, la desesperanza, el balbuceo mendicante, el terror a molestar de ese al menos. Pónganse en el lugar de los otros, al menos… Empatía es lo mínimo que pedimos, y quizá también, a juzgar por el tono con que lo pedimos, lo último. Después, hélàs, ya no habrá más nada.","type":"unstyled","depth":0,"inlineStyleRanges":[{"offset":0,"length":610,"style":"fontsize-16"}],"entityRanges":[],"data":{}}],"entityMap":{}}